‘La estanquera de Vallecas’ es el testamento del llamado cine «quinqui», moda cinematográfica de gran éxito durante los primeros ochenta que reflejaba la situación de marginación en la que vivía una parte de la sociedad española en la recién inaugurada democracia.

Eloy de la Iglesia nunca fue muy dado a las sutilezas. Con una puesta en escena un tanto tosca que hacía primar la contundencia de lo que tenía que contar sobre otro tipo de consideraciones estéticas, el director de El techo de cristal (1971), Los placeres ocultos (1977) o El diputado (1979) es uno de los nombres clave del cine español de la Transición, una voz imprescindible para entender los cambios y desafíos a los que se enfrentaba un país que se preparaba para salir de cuarenta años de dictadura.

En la década de los ochenta se convirtió junto a José Antonio de la Loma (Perros callejeros, Yo, ‘el Vaquilla’) en el máximo representante del cine quinqui, término con el que se englobó a una serie de títulos que abordaron, desde una descarada perspectiva comercial, la situación en la que se desarrollaba la vida de las zonas más desfavorecidas de grandes ciudades como Madrid o Barcelona. La delincuencia, los conflictos familiares o la drogadicción fueron algunos de los temas abordados por este subgénero de éxito efímero que en los últimos tiempos ha sido reivindicado por su valor testimonial.

Fotograma de 'Colegas' de Eloy de la Iglesia
Fotograma de ‘Colegas’ de Eloy de la Iglesia

La aportación de Eloy de la Iglesia fue decisiva para la consolidación del fenómeno «quinqui». Navajeros (1980), Colegas (1981) y las dos entregas de El Pico (1983 y 1984) contienen las claves para entender una manera de hacer cine impensable hoy en día; un cine muy pegado a la realidad, protagonizado por chavales procedentes de los ambientes retratados —muchos de ellos interpretándose a sí mismos, como José Luis Manzano, ‘El Torete’ o José Luis Fernández Eguía, ‘El Pirri’, etc.— y en el que se buscaba la identificación del espectador con los hechos descritos a ritmo de la música de Los Chichos o Los Chunguitos.

La estanquera de Vallecas vendría a marcar el punto y final de este subgénero y, en cierta medida, de la filmografía de De la Iglesia, que se mantuvo apartado de la gran pantalla hasta 2003, cuando regresó con su adaptación de la novela de Eduardo Mendicutti Los novios búlgaros. Para esta ocasión, el cineasta también se basó en un texto ya existente, la obra teatral homónima de José Luis Alonso de Santos (autor de Bajarse al moro o Salvajes).

La pieza de Alonso de Santos se inspiraba en un hecho real, el atraco al estanco La Presilla acaecido el 21 de abril de 1980, para denunciar la situación de marginación que padecía un sector de la sociedad en los convulsos primeros pasos de nuestra democracia. Marginación en la que subyacía una profunda división de clases y que el dramaturgo utilizaba para facilitar la identificación del espectador con los «malos» (los delincuentes) en lugar que con los «buenos» (las fuerzas del orden).

Cartel de 'La estanquera de Vallecas'
Cartel de ‘La estanquera de Vallecas’

Del escenario a la gran pantalla

Seis años después de su debut en la mítica sala Gayo Vallecano se estrenó la versión cinematográfica, que seguía con fidelidad las peripecias de estos dos atracadores de poca monta que asaltan un estanco ubicado en el número 17 de la calle Antonia Calas. Aunque la película se abre con la llegada en metro de los protagonistas —interpretados por José Luis Gómez y José Luis Manzano— a la estación de Puente de Vallecas, los exteriores en los que se desarrolla parte de la acción fueron rodados en la Plaza de San Ildefonso.

Vallecas se convierte en símbolo de esa España sacudida por el paro, la inseguridad y la adicción a la droga, un barrio habitado por gente trabajadora en el que, como afirma uno de los personajes, «es más fácil robarle a un pobre». Más allá del esquematismo de ciertos pasajes, el film logra que nos impliquemos con esos delincuentes que tratan de escapar de una situación vital desesperada planeando un asalto del que no calcularán bien sus consecuencias.

Mezclando con habilidad elementos del realismo social y del sainete, la cinta narra con tono de comedia unos hechos en los que atracadores y rehenes —la estanquera a la que da vida una grandiosa Emma Penella, su sobrina interpretada por una jovencísima Maribel Verdú— acaban formando un frente común contra policías corruptos y políticos que buscan sacar rédito electoral al asunto (impagable Simón Andreu).

La película se convirtió en uno de los grandes éxitos de 1987 y obtuvo una candidatura al Goya al mejor montaje. Y aunque en algunos aspectos no ha envejecido demasiado bien (sobre todo en lo referente a la descripción del trasfondo social), sigue siendo un título a reivindicar dentro de la historia de el cine español y de la filmografía de Eloy de la Iglesia. El tema musical que acompaña a los títulos de crédito, compuesto por Patxi Andion, resume el espíritu de la «gente de verdad, pública y plural» que puebla el Valle del Kas.